Esso Álvarez: “No vendamos falsos simulacros, los medios de comunicación son un poder”

Celebrarse a sí mismo no es un acto exclusivo de la literatura, también se puede en fotografía / Realizada el 17 de noviembre de 2016


Comunicador social y fotoperiodista, Esso Álvarez ha desarrollado un intenso trabajo fotográfico cuya marca distintiva es una elaboración estética con fuerte conciencia socio política

Se define como seductor y advierte que si han de etiquetarlo, lo hagan con el rótulo de comunicador. Habla de forma directa, sin tapujos, aunque guardando la debida distancia y respeto por el interlocutor. Para nadie es un secreto que lo mueve un ego bien centrado en su amplia y significativa producción fotográfica (expuesta y legitimada desde julio de 2016 en la Galería de Arte Nacional (GAN) de Venezuela, bajo el provocador título Estética del poder).

Ha polemizado con muchos de sus compañeros fotógrafos, pero no hay quien se atreva a negar la densidad de su trabajo fotoperiodistico, marcado por una mirada indagatoria que hurga por igual en el espacio público y en el privado (íntimo) y logra exponer las dimensiones de ambos como una unidad de profundo significado humano.

Esso Álvarez es también un cazador -ya lo ha dicho- que no da tregua a la presa, y una presa que sabe enfrentar muy bien las celadas de un mundo tan complicado como el del periodismo. Hace rato lo tenía en mi agenda de entrevistados y había hablado con él en un par de ocasiones, pero la oportunidad se escabulló en los primeros intentos: compromisos expositivos, complicaciones de tiempo, viajes y espera del momento y el marco adecuado.

Y el marco se dio con la confortabilidad que brindaban las 460 fotografías expuestas en la GAN, como una especie de gabinete visual y que tornan indiscutible su valoración como analista de la memoria socio política de la Venezuela post viernes negro.

Nadie que se aproxime a la obra fotográfica de Esso Álvarez, a su directo registro de lo real, se retira sin experimentar profundas inquietudes, porque se expone, simplemente, a un proceso de confrontación ideológica codificado mediante el compromiso del fotógrafo con la labor -y la necesidad- de plasmar la profunda dimensión humana del Otro, que se ha tornado extraño a fuerza de vivir enajenado por la voracidad del poder.

¿Cómo ves el momento actual de la fotografía, en donde tenemos una gran posibilidad de encontrar numerosas imágenes, pero la mayoría, al parecer, carentes de un discurso sólido?

La democratización de la era digital no significa que se estén creando o formando fotógrafos a través de las redes sociales. Creo que toda imagen debe tener mínimo tres hechos básicos: la técnica, la estética y el concepto. Luego hay un cuarto, que está en la percepción del decodificador y no en la imagen: el alma que esta tiene.

Si alguna de esas imágenes, de millones que hay en las redes sociales, logra llamar nuestra atención, por nuestra formación, por nuestra cultura, creo entonces que la persona que la ha colocado, hasta de manera ingenua, ha dado en el punto de comunicar lo que quiere.

Igual no creo que todo aquel que publica la fotografía que va haciendo a diario a través de su teléfono o su cámara electrónica, esté compartiendo una obra de autor.

Carlos Andrés Pérez, ex Presidente de Venezuela, 1987-1998. Foto: Esso Álvarez

Zoo Urbano, 1980-2013. Foto: Esso Álvarez

En mi caso estoy en las redes sociales desde 2010, digamos que por obligación, casi un peso social, por socializar, por estar dentro del hecho democrático, del uso de ese medio para difundir lo que quieres compartir.

Ahora, ocurre que yo no comparto en las redes sociales los trabajos que hago de manera seria y con conciencia como hecho de responsabilidad fotográfica. No, yo comparto fotografías del transitar diario como ejercicio visual de composición, de iluminación, y además para no perder esa conexión con la urbe que me viene del periodismo.

Yo no tengo miedo de sacar mi cámara ni mi teléfono celular en la ciudad, porque tengo un entrenamiento de 26 años como fotógrafo de prensa que me permite saber cuándo debo hacer una fotografía o no. Si me roban, bueno me robaron; hasta ahora no me ha sucedido y ojalá no suceda, pero ando comiéndome la calle todos los días, y todos los días compartiendo fotografías.

Y repito que no quiere decir que toda fotografía que comparto en las redes es una fotografía para estar en un museo, en una revista, en una colección o en un periódico. No, simplemente es una cosa de entertainment.

Hay fotógrafos que han asumido el uso de algunas redes sociales -Instagram, por ejemplo- como una vitrina donde mostrar su mejor trabajo e intentar el acceso a un mercado que sí parece responder a este medio. ¿Cómo ves esto? ¿Crees que se resiente la calidad del trabajo fotográfico por este uso?

Por eso dije en la respuesta anterior que no todos los que difunden en las redes están pensando en convertirse en el gran fotógrafo de los dos mil. La mayoría colocan selfies, fotos con los amigos, donde ves casi siempre el mismo ángulo, la misma postura corporal, la misma sonrisa, son imágenes que se hacen solo para compartir un momento. Tanto así que entramos a algo que se llama “lo efímero”.

En cambio hay creadores que han concebido las plataformas tecnológicas para difundir y promover su trabajo, y les ha ido muy bien. Y esto pasa porque tienen conciencia del alcance de esas redes para llegar a una gran cantidad de gente, a las que probablemente por otros medios no llegarían.

Además, estas redes rompen las fronteras reales y llegan a espacios donde no esperaríamos movilizar quinientas fotografías para llegar a un museo, y que permiten escribirle directamente al fotógrafo si hay interés por adquirir alguna pieza.

Ahora, está claro que ese creador tiene conciencia de cómo estructurar un portafolio para su venta, y eso es distinto al joven que le preguntas “¿Tú vendes esa foto?” y responde “No, la hice porque me gustó y la compartí”.

En esos casos hay que tomar en cuenta el hecho propio de la técnica, la estética y el concepto para materializar una obra, y luego lo que te dicta el mercado de esas redes sociales y también el de la aprehensión crematística de eso que tú tienes, de lo que ofreces como producto.

Sin embargo, Sebastião Salgado ha dicho recientemente en la entrega del Premio Personalidad de la Cámara de Comercio Franco-Brasileña que el valor fotográfico ha cambiado a algo virtual que no destila calidad ni pretende perdurar en el tiempo, y que por ello cree que a la fotografía le quedan unos 20 o 30 años.

Comparto algunas cosas de las que ha dicho Salgado en ese encuentro, pero no que la fotografía va a desaparecer. Puede ser que transmute, que se transforme, como ha ocurrido desde su aparición en 1839.

Es un extremo decir eso, porque él mismo pasó del blanco y negro químico a la fotografía digital, no se quedó en la gelatina de plata, sino que pasó al píxel e incluso haciendo fotografía retocada, aunque con una dedicación religiosa, casi mística.

Entonces creo que eso tenemos que revisarlo, porque por un lado Salgado tiene razón, y no solo Salgado, Fontcuberta y algunos otros teóricos ya han comentado el tema de la circulación de la fotografía en las redes sociales y su importancia como hecho rápido para informar y comunicar algo.

Si tú y yo nos sentamos en un restaurante y yo soy obsesivo con el uso de las redes, para presentar mi evidencia, para nutrir mi bitácora particular del día, te hago una foto a ti y la comparto de inmediato, porque la uso como un diario.

Eso es otra cosa, cada quien usa las redes de acuerdo a lo que considera, seas una persona muy conocedora del tema o no. Además, esas bitácoras van a ser los álbumes fotográficos del futuro; tanto así que algunas redes te hacen un inventario anual de todo lo que has publicado.

Entonces fíjate que esos señores de esas redes sociales fungen como curadores de tu obra.

En este momento existe en Venezuela un desarrollo de nuevas plataformas comunicacionales, los llamados medios digitales, en donde se supone que la imagen es fundamental. No obstante hay muchas observaciones sobre el tratamiento que estos medios y aún los tradicionales le dan a la imagen fotográfica, como por ejemplo que continúan empleándola como accesorio a la noticia y no otorgan el valor autonómico que tiene como contenido informativo. ¿Cómo te sitúas frente a esto, desde tu amplia trayectoria de fotoperiodista?

Independientemente de cuál sea la plataforma para presentar la información, ¿qué es lo más importante? La evidencia del hecho. Y esa evidencia ¿quién la presenta? Un fotógrafo de Magnum, de la Agencia VU, de Seven, o de cualquiera de las 15 agencias internacionales de noticia, que cada una tiene su línea editorial, su color, su composición, su manera de abordar el tema. Y si alguien trabaja en un medio de comunicación sabe que se debe a una línea editorial, y cualquiera que sea ésta hay que ver en qué plataforma está, si es impreso o es digital.

Si es el fotógrafo de planta del medio, él sabe qué fotografía va para ese medio, otra cosa sucede si es un colaborador eventual. A los colaboradores eventuales el medio debe presentarle unos parámetros que le indiquen de qué va el medio, qué hacen y para qué lo hacen.

Es decir, el método no debe ser el de “dame una fotografía para publicarla”, porque entonces la van a editar, a comprimir, a variar el color.

No, tiene que haber un manual de estilo, porque si no lo hay se corre el riesgo de que hagan lo que les dé la gana. Y hay que considerar también que en la fotografía está la personalidad de quien hizo la foto.

Muchas veces tú tapas el crédito de un fotógrafo y aún puedes identificar de quién es la imagen, porque el mismo fotógrafo se ha ganado esa identidad y el respeto del otro. Y eso es un gran valor, porque dentro de tanta democracia hay también mucha basura visual.

Y frente a la tendencia de despedir fotógrafos y asignar teléfonos inteligentes a los reporteros para que hagan las fotos y los videos, tal como hizo el Chicago Sun Times en 2013, ¿cómo te sitúas?

Qué curioso, hablamos de economía, siempre hablamos de economía. Fíjate que quizás los liquidaron porque había un cambio de plataforma, pero les dieron la posibilidad de continuar produciendo contenido. ¿Por qué? Porque les dijeron, tú te vas a quedar pero ya no vas a tener la imprenta, no vas a tener que comprar papel, no vas a tener la sala de redacción, ni problemas sindicales, ni cosas de ese estilo.

Es decir, vas a continuar trabajando con nosotros, pero hay un cambio de plataforma, entonces te damos un iPhone o un equipo en el cual puedas filmar y enviarnos desde tu casa, no tienes necesidad de venir a la redacción, porque además puedes ver en el correo electrónico las pautas que tienes a diario o semanalmente, y te vamos a pagar por las pautas que hagas.

Eso tiene sus ventajas y desventajas. En el año 2011 salió un trabajo que creo que hizo Newsweek, donde informaban que en Estados Unidos habían desaparecido o cambiado de plataforma 167 periódicos. Eso se tomó como algo normal y la gente lo que hizo fue migrar hacia otras áreas o actualizarse.

A mí me correspondió, junto a Teodoro Petkoff y Juan Carlos Zapata, cambiar la plataforma analógica, o química-física, para la digital del diario El Mundo, que fue el primer producto experimental de la Cadena Capriles, de los 11 que tenía.

En ese momento tuve 16 fotógrafos a mi cargo, y de ellos 12 se incorporaron rápidamente al hecho digital, al manejo del computador. Hubo solo uno, que tenía 72 años para ese momento, que me dijo “Esso, loro viejo no aprende a hablar”. Y le respondí “Yo te voy a ayudar a que hables, porque lo que te faltan son herramientas para eso”.

Él se quedó conmigo durante 6 meses y al séptimo mes ya le estaba dando inducción a los nuevos que entraron en la plataforma tecnológica, desde digitalizar los negativos hasta llenar todos los campos IPTC de cada una de las fotografías.

Asunto persona con tu piel, 1980-1998. Foto: Esso Álvarez

Entonces quiere decir que no lo veo ni bueno ni malo, solamente son posibilidades distintas para la actualidad del mundo. Además, fíjate, hay fotógrafos que han cubierto incluso guerras con iPhone, porque se han adaptado a la exigencia de la inmediatez.

En algún lugar dijiste que cuando te preguntan si eres fotógrafo o artista, respondes que eres un cazador. Leo en el Diccionario de la Lengua Española una de las acepciones coloquiales del verbo “cazar”: “Adquirir con destreza algo difícil o que no se esperaba”. ¿Así resumes el fotoperiodismo?

Se resume con información. No solamente con tener esas cualidades, sino con estar informado. Y eso lo aprendí del gran Luigi Scotto, que fue con quien me la pasaba en la calle trabajando. Tanto así que una de las pocas entrevistas de un reportero gráfico a un photojournalist, a un fotoperiodista o a un fotógrafo, como se le quiera llamar, que se le hizo a Luigi Scotto, la hice yo.

Respecto a lo de “cazador”, yo no dije solamente eso, dije que era “la presa y el cazador”. Y eso viene del hecho de que ninguna fotografía es ingenua, porque fíjate, cuando tú trabajas en prensa, cuando tienes tantos años trabajando en prensa y te dan un rollo de 36 exposiciones para hacer 5 pautas, tienes que ser preciso. ¿Y qué es lo que hace un cazador? Ser preciso, porque si no hace la foto que es para la línea editorial del medio, bueno, no puedes estar.

La otra cosa importante que hemos conversado -y eso lo leí en una de las entrevistas que le hiciste a alguien- es que la fotografía se hace con conciencia.

A Rodrigo Benavides.

Sí, la fotografía se hace con conciencia. La fotografía no se hace porque las cosas son bonitas o son feas.

Ahora, ¿qué es lo importante para nosotros cuando estamos en un medio de comunicación? Respetar a nuestro lector. Y nuestro lector tiene un target y consume una determinada línea editorial, y dentro de ese respeto y de esa línea editorial procuras mantener tu personalidad fotográfica al dejar la evidencia.

Puede ser que en el momento no te entiendan los editores; yo fui editor gráfico, fui el tercer editor gráfico en Venezuela. Lorenzo Odriozola en El Diario de Caracas, el “Gurú” Eddy González, y después yo en Economía Hoy.

Se nos daba con los ojos cerrados la responsabilidad de seleccionar las fotos, porque sabían que estábamos conectados con todo un proceso de conocimiento de las otras fuentes periodísticas.

Entonces, cuando a ti te dicen “Es que tú eres solamente el cazador”, no, también fui presa. Y conviví como presa hasta que logré zafarme. Hoy día tengo un archivo enorme gracias a una sola cosa: cuando me daban un rollito para hacer 5 pautas, de lo que yo ganaba, de lo que era mi sueldo, compraba 10 rollos y tenía mi cámara adicional. Entonces iba haciendo la foto periodística del rollito para el periódico y luego me quedaba haciendo fotografías para mí, y eso lo revelaba después con tranquilidad.

Siempre tuve conciencia histórica, conciencia de la memoria del país, siempre la tuve. Quizás porque desde los cinco a los once años vendí pasteles y melcocha en Maracaibo y aprendí a leer y a escribir de oído en una escuela, y eso me enseñó a valorar al Otro, en la calle.

Por eso considero importante que los que nos dedicamos a la comunicación sepamos que tenemos que comunicarnos, como lo dijo Rodrigo, con conciencia.

Los chamos del 23, 1983-1994. Foto: Esso Álvarez

Pero la conciencia es ideología, es ética y es estética desde el punto de vista social. ¿Cuál de estos tres caminos crees que ha trillado más la conciencia del venezolano? ¿O ha trillado los tres por igual?

Creo que te falta un cuarto, que podría ser el populismo, que se empoderó durante mucho tiempo gracias a “lo chévere que somos”, y como “somos chéveres” pasamos las cosas.

Tenemos nuestra ideología, nuestra ética y nuestra estética, pero trabajo en algo porque me dan la oportunidad de trabajar, pero no puedo decir lo que soy, porque antes como era chévere te dejaban seguir.

Y la verdad es que no somos chéveres. Cuando salimos del país descubrimos que no somos chéveres, que somos pedantes, que nos creemos ricos desde que apareció el petróleo en 1914, y descubrimos que siempre hemos vivido de la renta petrolera y del Otro, porque el Otro es siempre el que tiene la culpa, nunca asumimos las equivocaciones, y tenemos cantidad de gente que sale a defender al Otro cuando el Otro no está pidiendo que lo defiendan, incluso porque puede defenderse solo.

Un ejemplo claro son las asociaciones de vecinos de nuestros edificios, donde tenemos 50 apartamentos de los cuales 10 o 15 están al día y bajan a las reuniones, y los que no bajan son los que te exigen, los que exigen cambio en el país, los que exigen ética, ideología y estética. La verdad es que tenemos un grave problema porque nos falta educación.

Cuando tú preguntas a cualquiera ¿cuál es el mejor poeta?, te dirán por supuesto que Andrés Eloy Blanco, ateniéndose a lo que la escuela les dijo. Pero estoy seguro de que si preguntas ¿y a Ramos Sucre lo conoces?, te dirán que no.

Entonces hay que leer a Ramos Sucre, como hay que leer a Andrés Mariño Palacios más allá de que la escuela nos hable solo de Gallegos como el gran narrador venezolano.

Y eso revela también que lo que nos afecta no es solo el “ser chéveres”, sino también el ser conformistas.

Nos falta aún navegar mucha agua turbulenta y entender que lo que necesitamos es educación.

Asumes la frase de Rodrigo Benavides, “Venezuela se fotografía con conciencia”*, y tienes una gran muestra fotográfica en la Galería de Arte Nacional que titulas Estética del poder. ¿Hay una intención ideológica en la muestra, o trilla por igual los caminos de la ética y la estética? ¿Cuál de los tres ha trillado más tu trabajo fotográfico?

Cuando comencé a hacer fotografía en el año 79, año en que nació mi sobrina y yo estaba internado en una escuela donde estudiaba para ser perito agrícola -que al final terminé siéndolo y después estudié agronomía-, compré una camarita 110 para fotografiarla a ella, y a partir de allí se convirtió en mi modelo inicial.

Luego cuando llego a la Facultad de Agronomía en Maracay, voy al departamento de cultura y en compañía de quien era el director en ese entonces entro a un cuarto que era una especie de depósito de los libros que publicaba la UCV. Él entonces me autoriza a llevarme cualquiera de los libros que estaban allí, los que quisiera, y yo tomé solo uno, un solo libro, lo vi, me gustó, y me fui leyéndolo hasta mi residencia.

A las semanas lo volví a leer y quedé prendado por la poesía. Ese libro era de Carlos Augusto León y se llamaba Solo el alba. En la portada aparecía una fotografía del Ávila, y yo no sabía que era el Ávila, te lo juro, porque no leí los datos de la portada, en ese momento no me interesaba. Lo cierto es que diez años después descubro que esa fotografía era de Carlos Herrera -hoy día tengo en mi colección fotos de Carlos Herrera. Y cuento esto porque la poesía de Carlos Augusto León me llevó a preguntarme en ¿cómo podría hacer para convertir aquellas metáforas literarias en fotografías?

La respuesta fue comenzar a hacer fotografías de cosas cotidianas, diarias, de la universidad, porque siempre he trabajado lo cotidiano, lo que me rodea, tuve ese tino, esa cosa inicial.

Ella, la única, 1982-2010. Foto: Esso Álvarez

Bajo tierra, el cielo. Metro de Caracas. 1984-1989. Foto: Esso Álvarez

Además yo no tenía dinero para irme a China, a Japón, para tener la cámara ideal, el carro ideal, ir a los espacios ideales. No, era simplemente verme a mí mismo dentro de mi contexto.

Desde entonces comencé a leer a Susan Sontag, a Roland Barthes, a Gisèle Freund; es decir, yo llego a la fotografía por la literatura, no obnubilado por el laboratorio fotográfico, ni por la imagen. Nunca me preocupó lo técnico y si el no traicionar mi mirada, lo que veía tenía que hacerlo. Y hasta ahora lo sostengo, no me traiciono.

Puedo -y voy a decir algo aquí tonto dentro del fotoperiodismo-, puedo autocensurarme, no subir la cámara para hacer algo porque uno a veces es testigo silencioso de hechos que son importantes, y a veces te arrepientes, pero bueno es el momento en que estabas.

Cuando comencé a hacer fotografía no me planteé si quería hacer periodismo, fotomicrografía, arte, publicidad. Simplemente tomé la oportunidad de trabajar en un periódico porque quería plasmar lo que yo era, lo que veía, desde mi punto de vista, desde mi altura, desde mi manera de ver al Otro, y desde entonces lo hice, tanto así que los pasos por El Nacional, Economía Hoy, El Universal, la Cadena Capriles, la revista Viernes, Imagen, siempre estuvieron marcados por mi mirada; mala, buena, regular, pero era mi mirada.

Sabiendo todas las clasificaciones de la fotografía, jamás me etiqueté, quizás porque al mismo instante de comenzar a hacer fotografía, comencé a entrevistar fotógrafos, y ahí se juntaban el hecho literario con la fotografía. Por eso es que exijo que si alguien me va a etiquetar, lo haga como comunicador, con todo el concepto, la responsabilidad, la ética, la ideología que quieran, pero comunicador.

Allí está, en mi fotografía, mi posición ideológica, mi estética y mi ética. Cuando tú ves que la Galería de Arte Nacional, ahora, en este preciso momento en el que estamos, donde las instituciones supuestamente están secuestradas por este “régimen”, se permite montar una exposición de la manera en que la concibió el curador Félix Hernández y la estructuró el museógrafo Daniel Hernández, donde encuentras el adentro y el afuera, y además un panel completo donde se exponen, casi dialogando, al ex Presidente Carlos Andrés Pérez y al ex Presidente Hugo Chávez, hay que preguntarse quién lo ha hecho, y además considerar que no hubo ni un ápice de censura en nada.

Esto quiere decir que la Galería de Arte Nacional cree en la persona que está exponiendo, porque se ganó ese reconocimiento de la institución. Fíjate que hubo una periodista que me preguntó “¿Tú te mereces la Galería de Arte Nacional?”. Y yo le respondí “Yo no, mi obra sí. Y hay 135 fotografías en la colección de los museos nacionales, que entraron a la colección hasta octubre del 98, y de allí hasta la fecha no ha entrado ni una”.

¿Y por qué Estética del poder? ¿Te seduce su belleza o es solo el estudio perceptivo de su influencia?

Se ha discutido mucho sobre la estética del poder, el título. Fíjate cómo lo pusimos “Esso Álvarez. Estética del poder. Fotografías 1980-2013”. Cuando me llegó la solicitud de la Galería de Arte Nacional me dijeron que querían solo fotografías y yo acepté -aunque hago collages, objetos ensamblados, pintura- porque es la institución que legitima, por sus investigaciones, al artista. El día de la inauguración hubo 700 personas. Nunca antes otra inauguración había tenido esa cantidad de gente.

¿Te sientes legitimado?

Me siento legitimado por la institución que legitima el arte en Venezuela. A mí no me va a legitimar una galería privada, no me interesa. A mí me legitima -al menos para mí- la institución que tenemos para nosotros, para los artistas. Y fíjate que hay muchos artistas nuestros de gran valía, de gran peso, que han muerto pensando, llorando y pataleando porque nunca los invitaron a exponer en la GAN. Por eso dije el día de la inauguración a los presentes que si a partir de ahora me querían llamar fotógrafo o artista lo aceptaba, pero que en realidad seguía siendo un comunicador.

Mira, yo no me caigo a mentiras, yo sé que tengo el ego arrechísimo, sí tengo mi ego, dime quién no lo tiene. Yo lo tengo y no lo oculto. Y para eso trabajo, para eso he mostrado a lo largo de 37 años que hay un trabajo. Hay gente que tiene un ego extraordinario y cada cosa que ve la critica, pero dónde está su obra, bueno su obra es él, el ego es ese: una persona que anda y critica todo el tiempo. Pero hay quienes critican y hacen, y materializan.

En mi caso, escribí durante mucho tiempo sobre fotografía, y en el año 2000 dejé de hacerlo porque era arte y parte y decidí dedicarme a mi proceso creativo, porque el medio fotográfico donde nos desenvolvemos no es nada fácil.

Y para volver al tema de la estética del poder, quiero contarte que en las conversaciones que tuvimos el curador, el museógrafo y yo hicimos una lista como de unas 20 propuestas de nombre para la muestra y yo dije que a mi me gustaba “Estética del poder 1980-2013”, y a ellos les gustó y lo aceptaron, pero no preguntaron el por qué.

Pero además en ese momento no había un por qué, simplemente se trataba de un título atractivo, ambiguo, que seducía. La verdad es que el título se descifró en FotoMérida, ahora. Se paró Wilson Prada y dijo “Yo conociendo a Esso Álvarez puedo decir que el título es él. Es el poder que ha tenido, junto a su estética, para estar en esos lugares y hacer esas fotos”.

Eso es todo. Ese título soy yo. Ese título que está allá tiene mi estética y mi poder. ¿Y cuál es mi poder? El de comunicar. Y tanto es así que algunas autoridades del país estaban aterradas con la exposición, al punto que se pospuso cuatro veces, hasta que por fin me dieron la fecha del 24 de julio y nos dieron solamente 15 días para montar todo esto, así que tuvimos que contratar gente de afuera.

Y fíjate que después de tanta travesía llegamos a buen puerto.

Quiere decir que crees en la comunicación como un poder y no como un servicio público.

Es un poder, o un servicio de poder, o un poder de servicio, como quieras ponerlo. Si nos remontamos a la historia del periodismo impreso, ¿quién lo inventó? ¿Quién inventó el suceso? ¿Quién inventó, para

Retén de Catia. Foto: Esso Álvarez

Apto 711, Neisa, 1981-1990. Foto: Esso Álvarez

quedarse con tierras y timar a los otros, el periodismo? William Randolph Hearst. Allí está, es el poder. El señor que compró los derechos de la revista Life, Henry Luce, lo hizo para regalársela a su esposa y que ésta tuviera algo con que entretenerse, aunque ella nunca apareció en la revista.

Hoy, por ejemplo, hablaba sobre el triunfo de Donald Trump con una venezolano-estadounidense que es mi vecina y que iba por los demócratas. Le decía “¿Tú has revisado cuántos son los consorcios que son dueños de los medios de comunicación en el mundo?”. Son 17. Revisen esto y díganme si la comunicación es un poder o no.

Es tanto así que uno puede pasar de víctima a victimario o de victimario a víctima en un segundo, sobre todo cuando las emociones están por sobre lo ideológico. Y muchos estadounidenses votaron a favor de Trump porque ya estaban hartos de los demócratas. Y el gran perdedor de estas elecciones no es Hillary, sino Barack Obama. Y el gran ganador, aunque usted no lo crea, con toda la burla y todo la parodia que se hizo con Donald Trump, es el difunto Hugo Chávez. Hubo mucha gente que me dijo “es que a Hugo Chávez no lo conocen en Estados Unidos”. Bueno, ahora sí porque bastó que tan solo el New York Times, que es un gran generador de opinión, un poder, le diera espacio a la parodia. Así que no vendamos falsos simulacros, los medios de comunicación son un poder.

Fontcuberta asegura en “La cámara de Pandora” que “La tecnología digital ha convertido a la foto en (…) un organismo vivo independiente de la realidad que captura, capaz de reemplazarla para instaurar su propia interpretación”. Esto le permite cuestionar la supuesta objetividad del fotoperiodismo, mucho más en la era digital, o en lo que él ha llamado “la era de la postfotografía”. ¿Cómo te ubicas frente a esto?

Habría que estudiar a Ralph Steiner acerca de la Nueva Objetividad y todas esas cosas, pero si trabajamos en medios de comunicación y en la era digital, importante sería que cada vez que se publicara una fotografía -se me ocurre a mí- se presentara la original y cómo fue tratada digitalmente, y así el lector mismo decide cuál le parece mejor de las dos, cuál es más subjetiva o menos subjetiva.

Además, como te dije anteriormente, ninguna imagen hecha por alguien que tiene conciencia es ingenua y si tiene la herramienta tecnológica, menos. Tanto es así que hasta el premio World Press Photo está cuestionado hoy día, tuvieron incluso que modificar sus bases.

El asunto es que tú quieres expresarte y tienes las herramientas para hacerlo, entonces si te convocan a participar en algo, pero las bases no están suficientemente claras, tú presentas lo que crees que debes presentar, ¿por eso vas a ser anti ético? No.

Alejandro Cegarra, que ha cosechado premios como el Leica Oskar Barnack y la beca Ian Parry, asegura que “Te conviertes en un verdadero fotógrafo cuando vas y haces fotos de lo que te molesta y de lo que te da miedo”.

Ese es su punto de vista.

Y tú, ¿has fotografiado bajo los efectos de la molestia, la perturbación o el miedo?

Posiblemente, pero también lo he hecho con gozo. Soy un compulsivo hacedor de fotografías. Y me gustaría hacer más, pero no tengo las agallas que otros tienen como para irme a una guerra, o manipular una realidad, que es tu realidad, pero que no la ves, o mejor dicho, que es como tú la ves.

Por ejemplo, hay un gran libro sobre Caracas que hizo Christopher Anderson, “Capitolio”, tú ves eso y parece que no fuera Venezuela, es una gran puesta en escena. Es decir, te da la sensación de que no es Venezuela, salvo porque está Chávez o los motorizados.

Él, que viene de guerras fuertes, nace su hijo y ya deja de hacer fotos de guerra, comienza a hacer trabajos íntimos, de su contexto familiar. Esto quiere decir que cuando alguien tiene conciencia de lo que representa hacer algo para ser célebre, para ser un Robert Capa o un Steve McCurry, bueno perfecto, váyanse en busca de esos caminos, yo creo que existen muchos caminos, y en los caminos de la vida, como decía nuestro amigo Jorge Luis Borges, te encuentras con senderos que se bifurcan. No todos podemos seguir el mismo camino.

¿Y cuál es el camino de la fotografía venezolana dentro de esos senderos que se bifurcan?

La fotografía venezolana es reconocida en el mundo por el trabajo fotoperiodístico, no por el artístico. Es reconocida por Héctor Rondón, Pulitzer y World Press, Francisco Solorzano “Frasso”, por el Premio Rey de España, y por este joven Alejandro Cegarra, con el Leica Oskar Barnack. Esto quiere decir que no es el camino del arte el que le ha dado prestigio a la fotografía venezolana.

Cuando Luis Enrique Pérez Oramas llegó a la curaduría de arte latinoamericano del MoMA, dijo que el primer artista venezolano en entrar al MoMA fue Alejandro Otero en 1955 con el “Coloritmo No 1”. ¿Qué conclusión saqué cuando leí eso? Que para muchos de los investigadores nuestros la fotografía no es arte aún, porque realmente el primer artista, si la fotografía es arte, es ser legitimado en el mundo como fotógrafo artístico se llama Alfredo Boulton, cuando en el año 43 entraron fotografías de él al MoMA. Y del 43 al 55 hay bastante trecho.

Quiere decir que a nuestra fotografía aún le falta legitimación aquí, en Venezuela. Los críticos y los investigadores venezolanos aún le temen a la fotografía como arte, tanto así que puedes buscar los nombres específicos de quienes han luchado para reivindicar el carácter artístico de la fotografía y encontrarás a José Sigala, Paolo Gasparini, Josune Dorronsoro, María Teresa Boulton, y son los mismos nombres que siempre consigues como baluartes de esa lucha.

Y ahora soy más específico al preguntarte ¿cuál es tu diagnóstico del actual fotoperiodismo venezolano?

Creo que todos estamos inmersos dentro de una frase que es muy común hoy en día: situación país. Tenemos excelentes fotógrafos, excelentes reporteros gráficos, pero nos hace falta sistematizar la historia, contar con una institución que realmente tome el hecho fotográfico como memoria, como archivo. Algunas lo están haciendo, pero son privadas.

Yo me refiero al Estado, que es el que debería hacerlo. Y además no hay continuidad, nadie se toma el tiempo para revisar qué es lo que otro hizo bien para aprovecharlo y darle permanencia.

No, aquí -y creo que eso es un mal latinoamericano, en verdad- cuando alguien llega nuevo a un alto cargo del Estado, lo primero que hace es confundir responsabilidad con poder y asume una postura personalista, entonces borran nombres, despiden gente. No hay valoración del trabajo anterior, nunca ha existido. En general vivimos en un país de sobresaltos.

Itinerario europeo, 1995-2004. Foto: Esso Álvarez

¿Blanco y negro o color?

Hago ambos. Son dos lenguajes distintos y dos sentimientos distintos. Cruz Diez dijo hace muchos años “el color es sentimiento”, y pueden haber millones de azules, pero tú te conectas con un color. Y el blanco y negro, bueno, en una de las salas de la exposición hay una frase donde hablo de los húngaros y de los alemanes de los años 20 y 30, porque me encanta ese contraste que ellos le dan a la fotografía, porque es parte de mi lenguaje y de lo que soy.

Además debo decir que la edad y la vida, lo que vas viviendo, te va ir diciendo con qué trabajar, si vas haciendo color o si vas haciendo blanco y negro, o incluso hay trabajos que uno hace al mismo tiempo que requieren que sea a color o a blanco y negro.

Hugo Chávez, 1992-2012. Foto: Esso Álvarez

Paisaje, 1985-1998. Foto: Esso Álvarez

Para cerrar traigo el nombre de un fotógrafo que, más allá del itinerario de referentes que has nombrado, me vino a la memoria cuando recorrí esos retratos de figuras públicas e influyentes que has hecho, sobre todo aquellos donde aparecen personas que por el compromiso de su imagen pública acostumbran a guardar las formas y tú los capturas en actitudes espontáneas, libérrimas algunas. Este fotógrafo es el alemán Erich Solomon, reconocido como el padre de la “fotografía cándida”. Y a propósito de esta relación te pregunto: ¿Es Esso Álvarez un fotógrafo cándido?

Soy seductor. Hay un epígrafe que escribí hace tiempo y dice así: “La materialización del proceso creativo no es más que la continuidad del arte de los otros”. Tú estás aquí escribiendo ahora, pero alguien te enseñó a escribir. Estás preguntando, por alguien comenzaste a preguntar. Entonces, descubrir que uno es único es de lo más absurdo que pueda existir.

Hoy estaba hablando con una señora acerca de Dios, y yo soy agnóstico, ateo, lo que sea, pero respeto mucho las creencias del otro, y por eso le decía que sí creo que existe alguien que nos creó, pero que sobre todo lo importante es que trate al otro con respeto, que con tal que yo pueda decir con libertad lo que me corresponde y no cause heridas al otro, pues estaré bien.

Yo trato de no quedarme con las cosas atragantadas. Y al periodismo le debo esa cosa de no creerme artista, yo simplemente hago las cosas que me hacen feliz, y además lo hago por una sola cosa, porque como ha dicho Walt Whitman en uno de sus más célebres poemas: yo me celebro a mí mismo. Yo no espero que vengan a celebrarme, y si puedo ayudar en mi celebración, yo ayudo.


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«¿Por qué entrevistas fotógrafos?» Me preguntan. «¿No dicen ellos todo con sus fotos?» «¿No basta con mirar sus imágenes para saber o sentir lo que expresan?» No, respondo. Como no dice todo el escritor con su novela, ni aun con su biografía escrita. Dicen sólo lo que ven y casi todo lo que piensan, algunos se atreven incluso a dejar salir lo que sienten. Dicen lo que ellos creen que deben decir, y eso está bien (muchas veces lo alivia, los aligera, otras los confunde, los entorpece, los hace caer en el delirio, pero está bien). La foto, al igual que la novela, suele convertirse en un universo que los rebasa y los oculta, que esconde el ser simple que en el fondo son. Y es allí donde me interesa llegar, después de haber navegado ese universo siempre fascinante, voluptuoso y al mismo tiempo aterrador que es la imagen fotográfica.

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