Entrevista realizada el 28 de octubre de 2016 / El maestro Joaquín Cortés falleció el 07 de mayo de 2019
Premio Nacional de Fotografía (2008-2010), cuenta con una trayectoria de medio siglo dedicado a la imagen, 5 libros publicados, varias películas rodadas y, sobre todo, dueño de una poderosa expresión estética y de una profunda sencillez
Hablar con él de fotografía es como asistir a una clase sobre la vida, o como sentarse a escuchar el rumor de aquellos días en que caminar la ciudad con una cámara en mano era un acto de enamoramiento con el arte de descubrirse en las miradas del Otro. Hablar con él es dialogar con un maestro de la intuición, porque sus respuestas surgen desde esa habilidad para la comprensión inmediata y sencilla de las cosas, sin pose. Hablar con él es como cerrar los ojos y dejar que una imaginaria película antigua se desplace sobre el iris descansado de los ojos, que al abrirse lo encontrarán así, sereno, apacible, con una media sonrisa que aguarda sólo una correspondencia educada y humilde. Hablar con él es también concluir con ganas de volver a vivir la fotografía como fuente de reinvención. Y es también como despojarse de todo alarde, sobre todo del de ser fotógrafo, porque uno entiende que a esto se llega, al dominio del arte de fotografiar, sólo después de haber comprendido lo que él ha comprendido: al ser humano en toda su diminuta inmensidad.
Hablar con él fue también echar el cuestionario a un lado y dejar que las palabras y la curiosidad fluyeran. Sin desviarnos del tema fotográfico, abordamos inquietudes que pueden responder a los más elementales -y esenciales- intereses de quienes principian en este oficio que califica de mágico. Eso fue sentarse a conversar con el maestro Joaquín Cortés en una sencilla cafetería de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela, justo la que se encuentra frente al laboratorio de fotografía, donde nos citamos. Compartimos un café y diversas inquietudes, tal como si siempre nos hubiésemos visto, aunque en realidad era mi primera vez frente a aquel «maestro de maestros», a aquel fotógrafo que cultivó con indiscutible excelencia expresiva la fotografía clásica, sin perder de vista que cada tema, cada escena elegida, debía marcar un paso adelante en la conformación de un discurso estético y compositivo capaz de sostenerse en el tiempo por su propia fortaleza formal, libre y por encima de los artificios por venir.

Yare, Venezuela, 1966. Foto: Joaquín Cortés
¿A qué cree que se debe el actual incremento del interés por la fotografía? Hay quienes lo atribuyen al uso de ésta como instrumento terapéutico frente a la crisis que vive el país.
Creo que obedece, en parte, a que la fotografía está siendo accesible a través del procedimiento digital. Eso hace que mucha gente que no hubiera tomado nunca una foto ahora lo haga, experimente y les parezca un medio interesante. No sé de otra razón y es bueno que eso suceda. Y que sea en este momento me llama la atención, porque cuando no había esta crisis tampoco había ese interés. Entonces, ¿tiene que ver la crisis con eso? Es una pregunta que no sé cómo responder.
Y frente a la abundancia de fotografías producidas gracias a esa accesibilidad que brinda la tecnología digital, ¿cómo se sitúa? ¿No cree que esto atenta contra la calidad del producto fotográfico?
Es muy bueno que todo el mundo pueda tomar fotos, que esto sea accesible. Habrá gente que tome fotos y sean más o menos dignas de ser conservadas, y habrá otros que irán perfeccionándose a medida que trabajen. A mí eso me parece positivo porque además la gente que toma fotos descubrirá que no es tan fácil, que eso que parecía tan accesible no queda en la cámara, no pasa de haberla visto. Además, todo lo que se haga para que la gente pueda experimentar con la fotografía es bueno, que sea digital o atómico no interesa, lo importante es que experimenten con las imágenes.
Usted ha sostenido que la fotografía es esencialmente forma, a la que debe sujetarse el contenido.
Deben ir acompañado el uno del otro. Tanto el contenido como la forma deben estar a un nivel suficientemente bueno como para que se manifiesten. Una fotografía sólo por su contenido no me impresiona. Puede ser muy dramática o muy importante, pero no me llega a satisfacer como fotografía, como información sí. Y hay fotos que podemos colocar como ejemplo, aquella famosa de Puerto Cabello, “El Porteñazo”, donde vemos a un cura socorriendo a un soldado herido. Esa misma situación si no tuviera esa forma no tendría el impacto que tiene. Es la forma la que le da esa fuerza. Y, bueno, para mi la fotografía es forma y darle forma al contenido me parece importante.

Nueva York, EE.UU., 1971-74. Foto: Joaquín Cortés
¿Acaso ese criterio no establece a la fotografía como arte? Durante la década de los ochenta, en Venezuela, se potenció la forma y el sentido artístico de la fotografía, aún en lo documental. Entonces la forma siempre fue importante, impulsada por la tendencia pictorialista. Ahora hay como otra tendencia retro…
No soy muy analítico. Cuando hago una fotografía no pienso en el arte ni en el documentalismo, sino en lo que estoy viendo. Y pienso que las tendencias siempre se van a dar. Esa vuelta atrás es normal. La sociedad avanza a saltitos y a veces retrocede. Ahora, la fotografía y los fotógrafos que me interesan son aquellos que establecen la fotografía como un reflejo de ellos mismos. Fíjate, la gente suele asociar a Robert Capa con las fotos de guerra, sin embargo sus fotos que no son de guerra son magníficas, tiene cosas excepcionales. Eso quiere decir que la temática es condicionada por aquello que debes hacer para sobrevivir y lo que haces resulta una consecuencia de eso. La verdad es que aplicar el término de arte a la fotografía nunca se me ha ocurrido, ese es un término que no refleja lo que realmente siento. Me parece que la fotografía es casi magia. Hay algo ahí que no obedece a otros medios de expresión.
He escuchado a varios fotógrafos aplicar el término “magia” a la fotografía, pero ¿no resulta ser más ciencia, debido a que intervienen elementos físicos y químicos en su proceso, desde la captura al producto final?
En mi caso no. Si puede serlo, supongo. Pero para ser científico tendría que llevar algo de análisis y de ciencia, y yo trabajo en función de un instinto. Veré si puedo explicarlo mejor: en los fotógrafos el proceso muchas veces parte de la colocación de los elementos para poder crear una composición. Yo trabajo al contrario, parto del principio de que si veo los elementos colocados de la manera adecuada los puedo captar, esa es la foto, pero no porque los prepare. Y fíjate, asociamos el arte con la pintura, más que con la fotografía, y tal como yo lo veo -sin pretender que esto sea algo que esté por encima de lo que piensan los demás- el arte es poder captar la realidad y no modificarla. Poder captarlo, más que verlo, porque cuando tú ves una fotografía ya es tarde para tomarla, y por eso el concepto de la fugacidad es importante, es la esencia del trabajo que me gusta, aquello que no es permanente, que va a pasar y que no vas a recuperar. Pero eso está lejos de lo que en arte se considera creatividad.
Eso me remite al «¡Detente! ¡eres tan bello!» que el Fausto de Goethe exclama ante la fugacidad del instante.
Bueno, la sensación que tengo cuando tomo una foto y puedo captar eso que ya no está ahí, o que estuvo pero no se veía, es increíble, es una cosa que no puedo traducir, no la puedo expresar.

Nueva York, EE.UU., 1971-74. Foto: Joaquín Cortés
Pero usted parece expresar la misma idea del Fausto de Goethe cuando toma una foto: detener el instante para impedir que la belleza desaparezca, aunque sepamos que resulta inevitable que esto suceda.
Claro, claro, va a desaparecer, tú lo sabes, por eso es importante. Y Goethe era un tipo muy inteligente, no hay duda. Y no tenía que haber sido inventada siquiera la fotografía para que esas cosas sucedieran. Hay pintores que tenían esa capacidad y lo ves en su trabajo. Velázquez era uno, podía inmovilizar el tiempo. Yo no he reflexionado mucho sobre eso, pero es una experiencia única.
Voy a mostrar dos fotos que creo resumen lo que indica sobre la fugacidad del instante y establecen el leitmotiv constructivo de buena parte de su fotografía, sobre todo si consideramos que ambas tienen 30 años de separación.

Roma, Italia, 1974. Foto: Joaquín Cortés

Barcelona, España, 2004. Foto: Joaquín Cortés
Son totalmente instintivas, eso no creo que lo vi, pero de alguna manera intuí que iba a suceder. Y eso es lo que le da el valor a la fotografía, y uno se queda en el aire cuando la toma, porque sabe que la captó, que la tiene en la cámara. Y al final mi trabajo siempre ha sido muy simple en el sentido de que voy a cosas que trato de perfeccionar, pero es lo mismo porque es como el cine, uno siempre está haciendo la misma película. Si hay algo que me interesa trato de ir perfeccionándolo.
Sin duda que esas dos fotografías revelan que es usted un mago, pues luego de la primera logra colocar, treinta años después, tres elementos en la misma composición y, aunque distintos, aportan casi el mismo significado.
Es que el ojo del fotógrafo, sea quien sea, está fabricado -puede decirse- para captar determinadas cosas. Lo malo es cuando uno se empeña en no captar eso para lo que está preparado. Es como ese término del “momento decisivo”, que ha sido mal interpretado, en mi opinión, porque se ha creído que cada situación tiene un momento decisivo y no es verdad. Depende de cuántos fotógrafos la vayan a captar, lo harán en distintos momentos decisivos, que lo son además para ellos, no para el espectador. Entonces, el poder traducir una situación en un momento determinado depende del fotógrafo. Yo creo que las fotos son como la gente que las hace. Por eso insisto mucho en que no imiten, porque si en pintura es bueno copiar porque estás desarrollando la mano para trabajar el pincel y todo eso, y puede ser que en literatura sea útil, en fotografía es muy malo porque te acostumbras a imitar y no das oportunidad a desarrollar tu propia visión. En ese caso recomiendo que tomen muchas fotos, pero no las fotos de otros fotógrafos.
Algo que percibo en su trabajo fotográfico es la determinada presencia del hombre, género masculino, frente a la soledad. ¿Tiene algo que ver con la figura de un padre no siempre presente?
Es posible, no lo sé, no me atrevo a decir que no sea así. En los años setenta me atraía mucho fotografiar la soledad, y lo hice sobre todo en Nueva York donde es obvia precisamente por la abundancia de personas solas. Y ese ha sido uno de mis objetivos, captar esa soledad. Pero también me han atraído las parejas, el compartir, y puede ser que corresponda a carencias mías, no lo sé, ya eso tendría que verlo un psicólogo, yo realmente no llego tan lejos. Pero, como te decía antes, si las fotos son realmente como la gente que las hace, es evidente que yo llevaba esa carga, por eso me atraía.
¿En ese sentido puede decirse que la fotografía funciona como un instrumento terapéutico?
Puede ser. Siempre he creído que la fotografía podría funcionar como una ayuda muy grande para gente joven que está inmersa en problemas de drogadicción, porque los hace interesarse en la gente, verse en otros.

Nueva York, EE.UU., 1971-74. Foto: Joaquín Cortés
Fotógrafos como Eugene Smith, por ejemplo, asumieron la fotografía como un instrumento de denuncia y le atribuyeron el poder de sensibilizar a las personas a favor del cambio de las realidades denunciadas. ¿Cree usted que la fotografía tiene ese poder?
No lo creo porque fotos tremendamente poderosas que denuncian situaciones de injusticia, como podemos ver en este momento en el mundo, no han servido de mucho. Al final la gente se satura de esas cosas. Recuerdo cuando durante la Guerra de Vietnam en Estados Unidos la gente veía todos los días imágenes del frente de batalla, llegó un momento en que ya no le paraban, se saturaron. No, no creo que la fotografía sea una forma para salvar al mundo. Smith tenía esa idea, pero creo que hay que ser más modesto con la fotografía, ésta es un medio de expresión que pueda llevar a ver la vida de otra manera, pero de allí a cambiarla, sinceramente creo que no. Ojalá me equivoque y pudiera ser lo contrario.
No cambia al mundo, pero puede cambiar al fotógrafo.
Eso sí, al fotógrafo lo cambia definitivamente. Lo que fotografías es una radiografía de ti mismo. Si alguien se obsesiona por tomar determinado tipo de fotos o de situaciones es porque algo de eso lo afecta o lo conmueve y lo proyecta, es una manera de verse.
Abordemos el tema del uso de la fotografía como instrumento comunicacional dentro de los medios, impresos y digitales. Hasta ahora parece que son pocos los que le otorgan el peso que la imagen tiene como mensaje en sí mismo y la mayoría, incluidos los digitales, la emplean como accesorio informativo. ¿Está de acuerdo con eso?
Totalmente. Mi experiencia al trabajar con revistas ha sido que al editor le interesan las fotos sólo cuando le funcionan para armar aquella historia que quiere que el lector siga, y no pasa de allí, no ven las fotos como un medio distinto a la historia que están manejando. Los editores pueden sacrificar una gran foto por colocar otra que sea más obvia, o menos importante, pero que les permita atraer la atención del lector hacia lo que quieren mostrarle. Al fin y al cabo ese es su oficio, ellos tienen claro lo que hacen: están vendiendo una historia y la foto es una parte pequeña de esa historia. Son famosos los encontronazos de Eugene Smith con la revista Life, porque en realidad estaban muy lejos de tener interés por la fotografía. Mucha gente cree que Life era el summun de la fotografía y no es verdad. Era un lugar donde la foto tenía una gran cabida, pero no era la finalidad total de la revista.

Londres, Inglaterra, 1974. Foto: Joaquín Cortés
¿Llegará el momento en que la foto sea la historia con mayúsculas y suficientemente, por sí misma, sin necesidad de acompañar texto alguno?
Ya lo es. Lo que añadiría a esa pregunta es si llegará algún día a ser considerada, porque existen fotógrafos que hacen grandes trabajos, pero no los consideran y al no considerarlos no hay nada que buscar. Por ejemplo, volviendo a Eugene Smith y sus grandes trabajos, es lamentable que treinta años después descubran esas mismas fotos que no se aprovecharon bien en su momento. ¿Y quién perdió allí? El público.
Hablemos de sus trabajos, de su método. Existen dos grandes formas de trabajar, aquella que se planifica por grandes temas y se ejecuta por largos períodos en un mismo lugar y situación, y aquella que parte de la recolección diaria e intuitiva de imágenes que luego conforman una muestra. ¿En cuál de las dos se mueve usted?
He trabajado de las dos formas. Yo he hecho cuatro proyectos donde trabajé en el lugar durante un tiempo largo y fui editando el material. Uno fue Andinos, que es mi primer libro, donde me propuse hacer un trabajo sobre la vida en los Andes. Luego Minas de oro, y también El llano, todos estos trabajados con el método de la planificación y trabajo durante largo tiempo. Pero lo que verdaderamente me satisface es esa libertad de no tener encima el yugo de que tienes que hacer el trabajo porque lo va a publicar fulanito, no me gusta eso. Todavía recuerdo cuando en Nueva York salía a la calle y era una liberación. Siempre pensaba: “Esto no puede ser, que logre hacer lo que quiera”, porque venía de que me tuvieran preso haciendo cosas. Entonces no sabría decirte cuál de los dos soy yo. Pienso que el verdadero es el que tiene la libertad de hacer lo que le gusta. Y no me gusta el reportaje, uno termina por meter fotos que son necesarias como elemento de conexión entre unas y otras, y eso no es. Por ejemplo, a mi no me gusta la secuencia fotográfica, a pesar de que he hecho fotos así. Lo que pasa es que se me parece mucho a algo como la fotonovela y eso no es fotografía. Fotografía es resumir en una imagen ese contenido que quieres expresar.
Usted parte de que una foto es un cuerpo único, una unidad en sí misma, y eso torna difícil la construcción de un discurso secuencial. ¿Cómo hace a la hora de construir un discurso narrativo para un libro o una exposición, por ejemplo?
Lo que pasa es que uno tiene suerte de encontrarse con personas que te pueden crear un discurso con esas fotos que aparentemente son inconexas. Cuando se hizo la exposición a principio de este año, en la galería TAC de Paseo Las Mercedes, la curaduría la hizo Carlos Ayesta, que supo encontrar ese hilo conductor a través de fotos ajenas unas a otras en tiempo y en lugar. Y creo que lo lograron. Yo me sentí contento al ver aquel material así armado, y en el libro que sacó La Cueva Editorial está esa misma edición. La curaduría fue excelente y fíjate que yo no era muy amigo de los curadores. Pensaba que podía armarme mi propio trabajo secuencial y no es verdad, necesitas que alguien vea tu material, porque tú eres fotógrafo, no curador. Pretender serlo es como mucho pedir.

Londres, Inglaterra, 1974. Foto: Joaquín Cortés
¿Y no tendrá que ver con el tema de los apegos? Quizás a quien concibe un trabajo fotográfico, le cuesta más desprenderse de alguna imagen.
Es verdad. Como fotógrafo te cuesta trabajo rechazar una foto o darle un segundo plano, porque tú sabes lo que pasó con esa foto, cuándo la hiciste, esa historia no está en la imagen. Afortunadamente he perdido bastante eso, pero hubo una época en que yo era el único que podía montar mis fotos y eso me parece hoy un disparate. Uno opina, tiene un criterio, pero de ahí a ver el material con ojos neutros, por sí mismo, más allá de lo que la historia representa, me parece que no es función del fotógrafo.
¿Blanco y negro o color?
Esa es una pregunta que no es fácil de responder. Empezaría por decir que depende del trabajo que vas a hacer. Por ejemplo, cuando hice las Minas de Oro decidí el color por varias razones. Una era que la revista me decía que si no era a color me fuera pal carajo, que hiciera una exposición, y eso fue un primer encontronazo. Yo no quería hacerlo a color, pero luego me di cuenta de que allí había un potencial en el color y me dedique a trabajar en los horarios en que el color de la selva se manifestaba de la manera en que yo quería, los lugares los elegía según ese criterio también, y después de terminado vi que el color había sido útil como uno más de los elementos de la foto. Es que para mí la foto a color es demasiado real, pero en este caso no fue real, porque yo había manipulado esa realidad al elegir determinados lugares y momentos en que ese color se manifestaría. En el caso de los wayuu el color funciona más como esa representación que tiene en la realidad, porque ellos tienen un gran colorido y me parecía que eliminarles el color era como demasiado. El color sólo lo uso si es un caso específico en que tiene que dar o agregar otro elemento a la foto, que no es sólo la reproducción de la realidad.
Podemos emplear la analogía con la mujer hermosa, que lo es sin necesidad de maquillarse, pero que se maquilla (usa el color rojo en los labios, el rosado en las mejillas, etc) para adornarse y quizás ocultar algún mal día, aunque esto oculte lo esencial de su realidad. Al final, con color o sin color sigue siendo hermosa.
Si. Yo en realidad pienso que el blanco y negro es una abstracción de la realidad, una manera de aislar ciertas cosas, crear una atmósfera que en el color no resulta tan fácil. El color distrae del tema.
Foto: Joaquín Cortés
Hay algunos fotógrafos que sostienen la tesis de que a la fotografía venezolana el color se le ha vuelto difícil, quizás porque el fotógrafo venezolano se acostumbró a ver su propia realidad con algo de drama y para reflejar esto parece que va mejor el blanco y negro. ¿Le parece que es así?
No creo que sea difícil. Considero que simplemente hay que encontrar el mejor método para manejar el color. Porque allí es donde está el problema, saber qué hacer con ese color. No es una cosa tan sencilla, es verdad, y no por la dificultad técnica, sino porque no se ha pensado mucho el color. Recuerdo ahora un fotógrafo que he admirado mucho, Ernst Haas, el alemán. El hizo maravillosas fotos en blanco y negro, luego hizo color, e incluso publicó un libro magnífico, pero sus fotos eran efectistas, de hecho muchas estaban hechas con efectos y ya no tenían el poder del blanco y negro, y no era una cuestión sino de concepto. El color es una incógnita.
Su trabajo, por lo menos el que conozco, es en película. ¿Ha trabajado alguna vez en digital?
Bueno, tengo una cámara digital y la uso para mis nietas. Y no lo digo peyorativamente, sino que no la uso para nada más. Las fotos que tomo con la intención de que sean algo valioso para mí las hago en película, sigo teniendo ese interés. Y a veces me he preguntado ¿qué pasaría si la fotografía se hubiera inventado al revés? Si se hubiese inventado digital y luego pasara a película. Pero además hay un factor práctico: me vuelvo un ocho con el archivo digital. Un día, cuando empecé a usar la cámara digital, hice unas fotos y luego nunca las encontré. Todavía no sé dónde están. Y eso me molesta, no me parece bien, pero es una falla mía. Nada tiene que ver con eso lo digital o la película.
¿Recomendaría experimentar lo químico a los fotógrafos que han nacido en el mundo digital? ¿Le parece importante?
Pienso que sí. Sería bueno. No es un requisito. Pueden no haber entrado nunca a un laboratorio de revelado y hacer magníficas fotos. La foto digital y la foto de película son lo mismo, es una imagen producida por la luz. La primera diferencia es que una se encuentra en un chip y la otra en una película, y luego viene otra diferencia importante, a la hora de revelar en la computadora. Si le vas a quitar o agregar cosas que nunca existieron, ya entonces estás haciendo arte digital, no fotografía. Ahora, no soy tan purista como para pensar que sólo hay que hacer fotos en película.

Nueva York, EE.UU., 2001. Foto: Joaquín Cortés
¿Qué se necesita para ser un buen fotógrafo? ¿Formación académica o basta la intuición?
Primero tienes que conocer muy bien el manejo mecánico de tu equipo, tu cámara, los lentes, todo. Hay que ser muy preciso, un artesano de la cámara, porque a veces los momentos son tan rápidos, las situaciones son tan fugaces, que tienes que manipular la cámara con mucha precisión. Y también es conveniente desarrollar una técnica. Aunque la fotografía está más allá de todo eso. Hay gente que sin haber tomado fotos tienen una gran capacidad de ver, una visión diferente, que les permite hacer fotos aún sin tener los conocimientos técnicos para realizarlas. En el proceso de formación del fotógrafo lo que más influye es tomar fotos, muchas fotos, es la única manera. Es como quien quiere ser escritor, debe escribir mucho para poder desarrollar la capacidad de expresarse. Pero no hay que despreciar la técnica, ésta es importante.
¿Qué está haciendo usted en el campo de la fotografía en este momento?
No estoy fotografiando. Estoy escribiendo un libro sobre fotografía. Creo que va a ser difícil que tome más fotos, la verdad es que no me siento físicamente capacitado para eso. Ese tipo de foto que yo hacía requiere estar en buenas condiciones y no me siento así. Aparte de que en Caracas es una locura ir por ahí a tratar de hacer fotos con una cámara en la mano. Lo más práctico es hacer fotos en estudio, pero no es lo que yo quiero. Lo he hecho muchas veces, pero no me interesa ahora. No estoy haciendo fotos, estoy escribiendo sobre fotografía y ya terminé un libro de cuentos cortos, que está guardado, a ver qué pasa.
Quizás sean fotografías también, pero escritas.
He procurado que no sea así, porque no quiero llevar el lastre de la fotografía ni del cine conmigo. He tratado de que sea literatura, que es una palabra demasiado grande para lo que hago. Es el placer de crear un mundo con palabras, escrito, a mi eso me parece increíble. Y yo he hecho cine, pero allí estás rodeado de cincuenta personas, con las que montas todo un rollo, escribes una historia, la grabas, pero el que se sienta ante una computadora o frente a una hojita en blanco y sólo con eso crea todo un mundo, pues eso es impresionante. Mi mayor admiración va hacia el escritor o la escritora, creo que es el artista más grande, el que lo domina todo, porque no tiene nada.
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