Hay polvo en el aire y virus en las manos, en las secreciones, en las mentes. Aquellos que son extraños y ya no creen, lo detectan y evitan las esquinas, no miran hacia los techos ni al cielo, deambulan con rostros alterados y máscaras. Las máscaras no son de piel, aunque bajo la piel se reservan los gestos comunes y todas las rutinas hasta entonces aprendidas.
Hay sombras en el aire, llamados a permanecer dentro. Los ascetas gimen, los eremitas alardean el fin de las cosas y aquellos que son de luces iluminan, dan los pasos necesarios, medidos, en la trayectoria de quien revisa a conciencia, de quien indaga y descubre sin pronunciar palabra. Pasan los dedos por las cerraduras y entienden. Hay herrumbre. Hay silencio. Hay polvo en el aire, virus en las fosas nasales, sangre en los ojos, temblor en los pasos y todo se desvanece entre volutas de humo y estornudos.
Hay dudas en el aire y miedo. Valentías también hay. Y absurdos. No debemos salir. No debemos tocarnos. No debemos intercambiar nuestras salivas hasta el paroxismo. Hay que ser fríos, distantes, y cultivar la paciencia. Esa palabra se ha tornado un himno con estrofas de heroísmo. Pero aquellos que son extraños lo saben: los héroes lo son por propia voluntad, quien se obliga a la inmolación es una víctima. Hay víctimas de sí mismos, grandes y conscientes cultivadores del miedo, del odio, del absurdo, de lo viral. Virulento es aislarte de todo contra toda voluntad. Lo sabes tú, lo saben todos, lo saben los gérmenes del destierro y del avance desalmado.
Hay virus en el aire, desde siempre, aunque de éste se haya sabido hace apenas un par de décadas. Aún así salgo, desando las rutinas, me apertrecho y capturo imágenes de mí mismo, fotografías que harán parte de un documento diario para librar la herrumbre. Estamos así, detenidos en las esquinas para olfatear el aire. Temblamos ante el sudor de los otros. Abandonamos las calles y los puentes por donde atraviesan aquellos que ya lo saben: desde una ventana vacía apreciaremos todo. Cada calle será un desierto, privilegio para los eremitas.
No es falso, hay peligro en el aire. Allí lo hemos colocado.
Vivir aislado es una elección de eremitas, de personas que buscan la purificación espiritual mediante el ascetismo, que asumen el rigor de la soledad e incluso el de la negación de las necesidades no espirituales del ser humano. Y ese aislamiento, por lo general, se produce mediante el abandono de la urbe. Los eremitas procuran los desiertos. Nosotros no. Nosotros procuramos la vida conturbada de las ciudades y nos lanzamos a ésta sin contemplaciones. Por eso somos el virus.
El domingo 29 de marzo de 2020, el gobierno mexicano anunció que frente a la pandemia por el Covid-19 el país entraba en contingencia sanitaria por causa de fuerza mayor, puesto que el número de casos confirmados llegaba a los 933 con 20 decesos. Hasta entonces y desde la comprobación del primer caso en México (27 de febrero), las medidas se habían limitado a la proporción de información y a recomendaciones preventivas, que aumentaron a partir del 25 de marzo tras la declaración de entrada en fase 2. Desde el 10 de marzo he estado en la calle para observar el comportamiento de las personas y documentar fotográficamente, en doble vía: desde adentro y desde afuera, es decir, desde mi espacio personal y desde el espacio público. He percibido calma y he visto cómo muchas personas decidieron asumir la cuarentena por voluntad propia, pero también cómo otras tantas no terminan de aceptar la dimensión del problema ni del riesgo. Varias de éstas porque la actividad en la calle representa su supervivencia, en diversos sentidos. Covid-19: Cuarentena ve de eso, es una mirada de la situación desde adentro hacia afuera, desde cómo la presencia del virus me sitúa frente a mi entorno íntimo hasta cómo me induce a mirar la calle. El recorrido no ha sido largo; la Ciudad de México es inmensa y por precaución limité mi desplazamiento a las zonas que muestro en el mapa anexo. Espero que haya sido suficiente.
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